Este blog desaparecerá en breve. Sus entradas ahora se albergarán en el sitio porfiriohernandez.tumblr.com
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Las opiniones de un hecho suelen formar una historia dispar; sobre la obra de José Luis Martínez hay, sin embargo, un consenso: fue el más grande historiador de la literatura mexicana del siglo XX. A él debemos la primera reflexión sobre el ensayo mexicano moderno; la única compilación autorizada por su profundidad crítica de la obra de Ramón López Velarde; las biografías más significativas de Hernán Cortés y Nezahualcóyotl; la reedición en facsimilar de las revistas «Taller» y «Contemporáneos»; entre otras obras.
Pero no fue un entusiasta de la literatura mexicana reciente. En dos entrevistas con Elena Poniatowska publicadas en 1953 y 1954 —publicadas por La Jornada en febrero de 2006—, José Luis Martínez reiteró que más importante que escribir es, por ejemplo, enseñar en escuelas rurales: “No es que yo abjure de la literatura ni que la considere inútil. Considero pobre e inútil la mayor parte de la que se escribe hoy en México, lo cual es diferente. No es que espere que don Alfonso Reyes y don Jaime Torres Bodet se vayan al campo como maestros rurales; espero que los jóvenes aspiren siquiera a emular los dones y las obras de estos maestros, y puesto que se contentan con lo que hacen, mejor sería que fueran útiles a su pueblo”.
Como es obvio, su opinión provenía de su alto nivel de exigencia, pero es vigente: gran parte de los libros publicados ahora en México es de fácil tentativa y, por ende, intrascendentes en el tiempo. José Luis Martínez nos demostró con su obra que la práctica de la literatura no depende de las buenas intenciones: es un oficio de profundo conocimiento y de mayor rigor. “La conclusión es muy sencilla: el que no sirva que no pierda el tiempo engañándose a sí mismo”, dijo. He aquí una exigencia del maestro, ¿es muy difícil de cumplir?